6 de enero de 2015

La Veleta

Este fragmento está extraído del capítulo tercero de La Rosa de los Vientos, que por título lleva La Veleta.
Peretence a una serie de tres entradas en este blog, titulada El viento (2/4), y que dio comienzo aquí.

(...)

El elfo asintió complacido. –Me gustaría daros un presente, en símbolo de cordialidad y amistad. Y por supuesto, para agradeceros vuestro buen proceder ante nuestras exigencias. No muchos navíos occidentales alcanzan estas aguas, y los que lo hacen desconocen nuestras leyes. Os agradezco que aceptéis nuestras premisas. –Issora fue a preguntar de nuevo, pero el elfo la interrumpió, señalando el cofre que había traído la elfa.

Ella, reprimiendo las preguntas que tenía que hacer, sonrió forzadamente y asintió agradeciendo. Después se giró hacia el cofre y retiró la tela azul. Se trataba de un baúl hermoso, de madera pulida con acabados en oro. Lo abrió y dentro encontró un extraño artilugio. Lo tomó con ambas manos. Tenía la figura plana de un ser que bien podría haber sido un animal marino y bien podría haber sido un hombre, pues carecía de piernas, teniendo en su lugar una cola de pez escamada. Parecía soplar una caracola. Estaba situado sobre un soporte con la forma de una varilla que acababa en una flecha apuntando en sentido opuesto a la caracola. Ésta, a su vez, estaba aferrada a un soporte con la forma de una rosa de los vientos, indicando los ocho puntos cardinales. Estaba hecho por completo de metal, y al extraerla y sostenerla en las manos reconoció su utilidad: era una veleta. En su rostro apareció una expresión de asombro al maravillarse con el regalo.

–¿Os agrada? –le preguntó el elfo satisfecho.

–Mucho –respondió encandilada con el objeto–. ¿Es un tritón? –Añadió refiriéndose a la criatura marina antropomórfica. El elfo asintió–. Creí que tradicionalmente se usaban gallos en las veletas.

El capitán rio profundamente, y la elfa sonrió al comprenderlo. –Tradicionalmente… –la imitó antes de sorber de su taza, y después siguió riendo–. Eso depende de de dónde vengas. Los cristianos las colocan en lo alto de los torreones de sus templos, mas la tradición elfa es muy anterior. Nosotros usamos tritones. –Issora no dejaba de mirar la veleta, maravillada. Era el regalo apropiado para ella, como si el elfo la conociera desde siempre. Entonces una doble sensación la abrigó descolocándola. Por una parte se sintió irremediablemente atraída hacia el elfo, impulso que dominó de inmediato. Lo observó con desconfianza, no le gustaba que los demás supieran de ella más de la cuenta. Pero éste, ignorando el gesto, continuó explicando–. En la antigüedad, muchísimo antes de que los hombres caminaran erguidos en este Mundo, antes incluso de que llegara la primera generación de elfos, los Dioses lo poblaban todo. –Issora miró a Therco, que puso cara de resignado. Ella adoraba las historias, pero su Maestre era bastante más pragmático en ese sentido, prefería el aquí y el ahora, y no se sentía cómodo a bordo del junco elfo–. En aquella época, éstos se pelearon cruentamente por poseerlo todo, y, codiciosos, casi acaban destruyéndolo todo. Durante las Guerras de los Dioses, Aënor, Dios de los Océanos, y Etesio, Dios del Viento, que eran hermanos, se enfrentaron para ver quién sería el amante de Skava, Diosa de las Profundidades. De ésta decían que era la amante más considerada y mejor dotada. –El elfo sonrió, como si aquello fuera gracioso en extremo, pero Issora frunció el ceño–. La lucha entre ambos fue realmente virulenta. Etesio, en un intento de crear a los más formidables guerreros, le hizo el amor a Entëror, Diosa de las Estaciones. Ésta quedó encinta de sus ocho hijos: los Anemoi, los Dioses-Viento. Sus nombres fueron: Drennas, Arjas, Diuro, Netos, Ithrilo… –El elfo se detuvo a recordar–. Söcotes, Balo y Titho. Ellos lo arrasaron todo, llevándose los océanos y asolando la tierra. Dianae, una de las Siete Grandes Lüe, la Creadora, La Diosa de la Vida, y madre de Etesio y Aënor, le pidió a Eródoto, otro de sus hijos, que mediara en el conflicto. –Aquí respiró–. Eródoto, que era el Dios de la Sabiduría, fue incapaz de resolver el conflicto, así que desposó él mismo a Skava, y así la lucha entre sus dos hermanos dejó de tener sentido y razón. –En este punto se llevó un dedo a la sien, subió las cejas y sonrió, indicando la grandiosa jugada del Dios–. Al terminar las Guerras de los Dioses, cuando todos fueron exiliados, los Anemoi aún vagaban libres arrasándolo todo. Entonces Aënor y Etesio hicieron un pacto para detenerlos. El Dios del Viento levantó en diferentes lugares del Mundo las Horologias, ocho torres donde quedarían encerrados. Por su parte, el Dios de los Océanos, encomendó a ocho tritones que se ocuparan de gobernarlos. Así, sobre cada una de las Horologias, quedó un tritón, encargado de gobernar al viento que en ella hubieron encerrado.

A Issora le encantó la historia. –¿Y por qué la caracola? –Preguntó señalando a la figura de la veleta.

–Al soplar la caracola, cada tritón era capaz de ordenar al viento cuándo y en qué dirección soplar. –Ella asintió complacida–. Con ella podréis saber en todo momento qué viento está hinchando vuestras velas. –El elfo miró primero a Issora, y después al Maestre, pero éste tenía la mirada perdida a través de la vidriera–. La rosa de los vientos donde se sustenta gira con la polaridad. –Issora miró sin comprender el término–. Está siempre orientada con los puntos cardinales –explicó él, y llevó sus manos a las de Issora indicándole que lo aferrara bien, tomó la rosa de los vientos por el extremo que señalaba al este y la hizo girar sobre su eje. Las astas giraron a gran velocidad desorientándose, hasta ir deteniéndose de nuevo en su posición. El elfo señaló la brújula que se sostenía sobre su mesita. Ambas indicaban el norte en la misma dirección. Sonrió.

–No sé cómo agradeceros este presente, Al•luïn.

–No debes hacerlo. Entiendo la naturaleza de la Rosa de los Vientos, siempre se deja llevar por el viento. Él os trajo hasta aquí. Ahora os ruego que no continuéis con el rumbo que él os ha dado. En agradecimiento, recibid el presente.

Ella asintió, complacida. Therco había vuelto a la conversación, con su rostro serio e inexpresivo. Ella tomó su taza de té, observando la veleta. Era muy hermosa. –Permitidme ahora que os pregunte –dijo por fin–. ¿Cuál es la razón por la que el rumbo del viento está errado?

(...)

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Puedes acceder a la serie completa en el siguiente tag: El viento.
Aquí podéis leer la primera de esta serie de entradas: Veletas, tritones y gallos.
Aquí podéis leer la tercera entrada de la serie: La Horologia.
Aquí podéis leer la cuarta entrada de la serie: El Tritón.
Además, consulta la web del cuento: La Rosa de los Vientos.
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