Le temblaban las manos cuando tuvo que elegir. Empuñaba una nueve milímetros y apuntaba a una u otra frente, mientras sus pensamientos frenéticos iban y venían en ambas direcciones. Había sido todo tan sencillo, lograr arrinconarlos a los dos juntos, y poder decidir a quién creer, y a quién matar... Estaban los dos de rodillas, frente a él que los apuntaba, todos en el centro de una gran nave industrial, cuyas puertas estaban todas selladas. La gran nave estaba iluminada por algunos alójenos allá a lo alto, y estaba vacía, salvo por su moto, que estaba empotrada contra una pared al fondo. Los dos hombres arrodillados gritaban discutiendo, tratando de contradecirse el uno al otro para salvar el pescuezo. Los dos sabían que al menos uno iba a morir.
Once minutos y medio atrás, él se encontraba saltando de esa moto que estaba tirada al fondo, haciéndose con los dos hombres desarmados en un momento. Y desde entonces ambos estaban tratando de argumentar y defender su vida. Los dos se habían reunido ahí, para tratar unos negocios, habiendo sido sorprendidos por el motorista, que había aparecido de la nada. Su primera reacción fue sospechar el uno del otro, pues aquella reunión privada era más peligrosa que un simple abrazo acogedor entre dos antiguos amigos. Los dos habían entrado, cada uno por una puerta, con sus hombres escoltándolos detrás. La orden había sido, una vez dentro y los dos desarmados, sellarían las entradas mientras hablaban y acordaban. Después, saldrían y cada uno por su lado.
Pero no, había llegado él.
Sólo había una explicación a de dónde había salido, porque sus muchachos se habían asegurado de que la nave industrial estuviera vacía... Aquello tenía que ser una traición del otro.
Uno de los dos estaba equivocado... Pero la cosa era mucho más complicada. Uno de los dos sí que estaba traicionando al otro, pero no del modo que pensaban...
Cuarenta y siete años después de aquello, dada la tecnología alcanzada, serán posibles muchas más cosas de las que nos son ahora. Las máquinas nos permitirán hacer muchas más... De entre todos aquellos avances a los que se llegarán, ahora nos costaría imaginar los viajes en el tiempo. Pero sí, se podrá, creedme que lo veréis.
Gracias a avances como este, los había sorprendido el motorista. Él sabía que en ese momento exactamente estarían precisamente ahí, en aquella nave industrial vacía, y sellada. Había ido hasta ahí, viajando en el tiempo cuarenta y siete años atrás, con la orden de matar a uno de los dos.
Sólo tenía que apretar el gatillo. Nada más... Y lo habría hecho. Pero no podía.
Entre sus gritos, logró pararse a pensar, y recapitular, pero la nueve milímetros siguió apuntando de una a otra cabeza sin detenerse. Le vino muy rápido a la cabeza aquella foto antigua. Sólo la había visto una vez, pero la recordaba bien.
Él siempre se había creído adoptado, pero una vez alcanzó a ver en la foto a su padre biológico. Estaba junto a su madre, y, además, su padre adoptivo, los tres de jóvenes. Ella era tan bonita...
Los otros dos hombres eran los que tenía ahora arrodillados delante, y tenía que matar a uno.
La orden le había venido de arriba, de las altas cúpulas, el director del servicio secreto gubernamental, única entidad con permisos para utilizar la tecnología del tiempo. Le habían ordenado expresamente a él viajar en el pasado y matar a otro hombre.
Ése director que le había encargado tal cosa, bajo mano y sin escribir ningún informe pertinente, había su padre adoptivo. El mismo que tenía ahora arrodillado suplicando, y que estaba a punto de recibir un tiro en la cabeza.
Su padre adoptivo sabía que encontraría a aquel hombre en aquel lugar, en aquel momento, porque había estado reunido con él en el pasado. Aun guardaba fecha y hora de la reunión en su agenda electrónica, tantos años después. Sabía que tenía que viajar en el tiempo hasta ese momento, para dar con el hombre que debía asesinar. Al hombre que ahora había resultado ser su padre biológico.
Y todo por la foto... Si no hubiese visto aquella vez la foto, no habría sabido nunca que aquel hombre era su padre de verdad. Y venía con la intención de matarlo...
La situación estaba así, y a él no le cabía en la cabeza. Podía matar a su padre adoptivo, que en el futuro le encargaría asesinar a su padre biológico. Era de locos... Es verdad.
Le temblaban tanto las manos mientras apuntaba a uno u a otro, que no podía ni sentir el sudor cayéndole por la espalda. Debía matar a su padre, pero ¿por qué?
Entonces le vino una pregunta aun más azarosa a la mente, y los dos arrodillados, callaron al ver su expresión cambiar. ¿Y si en ese momento él no había nacido todavía? Sí, al matar a su padre biológico él también moriría...
No le hacía falta hacer números. Tenía treinta y un años, así que en ese momento no podía haber nacido...
Con los dos en silencio, aunque mirándolo e implorándolo de rodillas frente a él, se planteó por qué entonces quería su padre adoptivo que matara a su padre biológico, si él también moriría...
Ahí es donde uno traicionaba a los demás.
Y fue entonces, con manos temblando al sujetar la nueve milímetros y teniendo que elegir, cuando el motorista se dio cuenta de que aquello no podía estar pasando. No era real. Imposible.
Pensadlo: si mataba a su padre biológico, él también moría, y aquella situación no habría podido darse nunca. Si mataba a su padre adoptivo, todo el futuro cambiaría, y aunque él viviera, tampoco podría darse aquella situación...
No podía ser. No tenía sentido.
¿O... sí?
Más y mejores cuentos en...